La luz llena nuestro paisaje diario de infinitos matices, colores, sombras… pero para muchos de nosotros resulta algo imperceptible, algo cotidiano en lo que ya no reparamos. Una noche serena, silenciosa, con un cielo nocturno no contaminado es algo que ya muy pocas personas pueden disfrutar. La luz lo invade todo, lo contamina todo. Nos hemos robado la noche a nosotros mismos. Por otro lado, la luz es vida, es belleza, es esencial para la actividad humana que quiere extenderse las veinticuatro horas del día. Sin embargo, creemos que más luz no significa más progreso, que a veces lo que demuestra verdadera inteligencia es tener “pocas” luces. Por ello, creemos que ha de buscarse una iluminación de calidad, en armonía y en equilibrio con la noche. Las ciudades pueden ser bellas y resaltar su patrimonio. Hablamos de diseño hacia una iluminación emocional.
Llegamos a este pensamiento después de años de disconformidad, de cuestionar cómo se están haciendo las cosas, de prueba y error, de mejora continua, de análisis y estudio, de aprender de los expertos, de un día a día replanteando cada punto de luz de una ciudad, de guerra de trincheras en las obras y los mantenimientos, de convivir con la gestión en el sector público. Durante todo este tiempo, el planeta está en jaque. La situación medioambiental es crítica. Los integrantes de la cadena de valor del alumbrado público somos parte del problema, pero también parte de la solución hacia la sostenibilidad real.
¿Podemos hacer algo? Llevo veinte años gestionando el alumbrado y la energía de una de las grandes ciudades de nuestro país. No es la única de mis competencias, pero sí la que me llena de ilusión. No es fácil. Todo lo contrario: es un reto difícilmente abordable para una persona. Partiendo de un conocimiento en iluminación, gracias a la experiencia y el aprendizaje acumulado durante estos años, que se ha enriquecido con el trabajo y conocimiento aportado por muchos, desde la ciudadanía nos atrevemos a proponeros un cambio de enfoque en la manera de iluminar las ciudades y de gestionar las redes de alumbrado público: Iluminación calmada y puesta en valor del trabajo bien hecho como argumento diferencial. Una petición que empieza a coger fuerza en la ciudadanía. Todo empezó aquella noche hace ya unos cuantos años observando la cantidad de luz que una luminaria introducía en una vivienda, cerrada a cal y canto por sus dueños para evitar la intrusión lumínica. El alumbrado público obligaba a encerrarse a las personas. Aquel día comprendimos que esto no debe ser así. Bastaba una sencilla actuación correctora para reducir la luz intrusa. Así se hizo. Pero no nos conformamos. Se trataba de un alumbrado superfluo, innecesario. La sensación de calmado visual y la recuperación de la noche habían entrado en nuestra manera de concebir el alumbrado. Estoy hablando de mi propia casa, de mi propia familia. Si no lo quiero para mí, no puedo quedarme impasible ante otros ciudadanos. Desde aquel día, un montón de ideas relacionadas con mi trabajo empezaron a ir cogiendo forma, como piezas de un puzle a medio construir. Algunas con orden, otras sin conexión con el resto. El diálogo permanente con fabricantes, ingenierías, instaladoras, diseñadores de iluminación fueron aportando un esquema de montaje para el puzle, mientras continuaba con mi trabajo diario, haciendo cálculos lumínicos, análisis de producto, resolviendo problemas de seguridad industrial, gestionando incidencias, implantando nuevas tecnologías, transformando poco a poco la Ciudad. Comenzó un ejercicio de reflexión profundo que iba poco a poco ordenando las piezas de aquel puzle. En mi profesión fui abriendo vectores de trabajo, buscando ejes de comunicación, formando a mis colaboradores, analizando el problema desde múltiples ópticas… A partir de ese momento, adquirimos el compromiso de prestar la máxima atención a cada punto de luz y finalizamos el puzle introduciendo el vector de contaminación lumínica en todo nuestro trabajo.
Y luego llegó aquella frase que, en cierto modo, lo aceleró todo: Hola, soy la oscuridad. ¿Me recuerdas?
Y si lo tenemos claro, ¿por qué no atreverse a dar un paso más? En el contexto global que nos toca vivir, sinceramente creo que debemos traer orden al desorden. Debemos traer estrategia a la improvisación, hacer una reflexión profunda sobre dónde se encuentra la iluminación de nuestro país y preguntarnos si la iluminación de las ciudades no se merece algo más. Los autores conceptuales de la iniciativa Slowlight tenemos una respuesta ilusionante sobre esta pregunta. Nuestra visión de la iluminación de la ciudad se alinea con los objetivos ODS de desarrollo sostenible y quiere aprovechar todo el buen hacer, el conocimiento sectorial, el desarrollo tecnológico y el potencial técnico de nuestro país para lograr mejores ciudades a través de la luz. Slowlight nace para acentuar la necesidad de un cambio, para hacernos reflexionar, de un modo arriesgado pero valiente al mismo tiempo. Nace para integrar, sumar esfuerzos, colaborar, compartir conocimiento. Slowlight quiere despertar conciencia en la administración pública, así como en el sector privado, y subrayar la necesidad de un cambio urgente.
El Manifiesto Slowlight para una iluminación pública sostenible recoge los principios básicos de la filosofía Slowlight y abre la puerta de entrada a esta iniciativa. Se trata de una primera edición que puedes descargar y que esperamos se mejore con vuestras aportaciones. No pretende ser perfecto, simplemente iniciar un cambio conceptual en la que todos podemos aportar.
Celebrando el día internacional de la luz, ¿te apuntas al cambio?
Coque Alcázar y Raquel Valiño
Coautores de la iniciativa Slowlight desde la ciudadanía y la ingeniería municipal.
info@slowlight.es