Todo indica que hemos entrado en la edad de las máquinas inteligentes. Los nuevos robots que poco a poco se van incorporando a nuestra vida diaria, todavía distan mucho de ser humanos, pero ya poseen inteligencia, habilidades y sobre todo movilidad. El C-3PO de «La guerra de las galaxias» ya queda lejos.
No mentiríamos, si afirmásemos que la relación actual con los robots, es complicada. Por que hay quien defiende el argumento de que se ocupan, por ejemplo de labores peligrosas o repetitivas (cómo por ejemplo la compleja y peligrosa actividad de desactivar explosivos o bien en el caso de labores repetitivas como el apilar cajas en cualquier almacén). Los robots no necesitan vacaciones ni se ponen enfermos o al menos no necesitan seguro médico. En el ámbito de la agricultura, con los problemas que estamos viviendo actualmente a la hora de tener mano de obra para recoger las cosechas, los robots pueden echarse a la espalda muchas de esas labores.
Pero esta carrera por la robotización nos hace sentir inseguros, incomodos y en definitiva preocupados por nuestro futuro laboral. La mayor parte de las encuestas (en todo el mundo), revelan que, por ejemplo, en EEUU más del 80% de los norteamericanos cree que en el año 2050 los robots harán la mayor parte del trabajo que hoy desempeñamos los humanos. Además casi el mismo porcentaje piensa que esto traerá desigualdades económicas.
Una reflexión interesante sería hoy, con la necesidad de distanciamiento social causada por el COVID-19, como vemos en la sociedad la utilización de robots.
¿Veremos un mundo en el androides y humanos caminemos juntos por las calles? ¿Serán nuestros compañeros de trabajo, nuestros amigos quien sabe si nuestras parejas?
La cultura japonesa cree que el alma habita en todas partes, y es precisamente una de las mayores eminencias en esta materia, el Dr. Hirosi Ishiguro quien se ha lanzado a este desafío en el límite de lo inverosimil. El científico japones está diseñando una nueva especie, robots creados a nuestra imagen y semejanza. Ishiguro experto en IA y director del departamento de robótica de la Universidad de Osaka, imagina el día en el que caminaremos junto a los androides por la calle y no habrá diferencias, al menos a simple vista.
El Dr. Ishiguro está trabajando en un androide con una evolución espectacular. Han integrado sensores y tecnologías para parecer más humano. Reconocimiento de voz y tecnologías de expresión facial así como integración de sistemas de movilidad más humana. Tras esto, están trabajando actualmente en darles un comportamiento más inteligente. Están aumentando, por ejemplo, el vocabulario y procurarles de deseos y de intenciones. La pregunta es si por ejemplo habrá un día en que los robots puedan tener sensaciones. ¿Podrán distinguir el frío del calor?
Pero ¿Dónde está la barrera? ¿Es ficción pensar que los androides del futuro podrán sentir, podrán desear, podrán amar? Para el profesor japonés no es imposible. Los deseos si son manejables pero ¿y el amor? El profesor explica que no se sabe lo que ocurre en el cerebro cuando amamos o queremos a alguien, pero defiende la hipótesis de que al final los humanos tienen intenciones y deseos y si estos en parte los compartimos parece cierto decir que esto significa que nos amamos los unos a los otros.
Otra frontera es la voluntad, la capacidad de decidir. ¿Llegará el día que un androide podrá tomar decisiones?. El científico japonés defiende que este tema es avanzado y complejo. «Los humanos queremos tener el papel de decisión sobre las cosas. Pero claro si tenemos personas ancianas viviendo con robots parece que estos tendrá que tomar decisiones para ayudar en un momento a los ancianos. Por que si la persona no puede tomar sus propias decisiones, los robots tendrá que tomarlas por ellos. Es un tema complicado. Siempre estamos valorando si uno tiene que decidir por nuestros hijos, nuestros padres o nuestros alumnos. En cualquier caso la clave está en la adaptación mutua».
Lejos de ser humanos pero aún así inteligentes, competentes y semovientes
Actualmente ya hay robots que hacen tareas de inventario y limpian suelos en grandes superficies comerciales. Reponen artículos en los estantes y los bajan para su envío en los almacenes de distribución. Cosechan lechugas, manzanas y hasta frambuesas. Ayudan a niños autistas y a víctimas de accidentes cerebrovasculares a recuperar el uso de las extremidades. Patrullan fronteras y, el es caso del dron israelí Harop, atacan objetivos que juzgan hostiles. Los hay que confeccionan arreglos florales, ofician ceremonias religiosas, ofrecen monólogos humorísticos en el escenario y hacen de pareja ual. Y todo esto viene ocurriendo antes del COVID-19.
Claro, ahora de repente con esta situación ¿parece sensato, a lo mejor no imprescindible, desde el punto de vista médico poner robots a cuidar personas en vez personas a cuidar personas? Difícil respuesta. Creo que no estamos preparados. Pero lo cierto es que en la ciudad inglesa de Milton Keynes, los robots reparte comida, en la ciudad de Dallas desinfectan habitaciones de ingresados en China y Europa (aquí también en España) y en Singapur instan a los viandantes a mantener la distancia social.
Lo cierto también es que en pleno colapso económico los fabricantes de robots parece que están recibiendo más solicitudes de información de sus soluciones por parte de posibles clientes y que el COVID-19 ha traído el interés en robots especializados en seguridad y salud, no tanto ya en la automatización de la productividad, que ya es parte del trabajo.
No es ciencia ficción, ni es algo que va a ocurrir dentro de varias décadas. Ya está ocurriendo.
Muchos puestos de producción y ensamblaje están desapareciendo en cuanto una industria incorpora la robótica, pero esto no significa que la tecnología futura no pueda generar empleo. Muchos defienden que pensar que la adopción de tecnologías de automatización de manera masiva a a traer puestos de trabajo, es una quimera deliberadamente engañosa.
Por otra parte está en debate la integración de los robots con los humanos en la misma zona de trabajo. Existe temor por ejemplo que los robots no solo hagan los trabajos más duros, sino también los mas cualificados. También existe miedo a que los robots hagan del trabajo un espacio más estresante, quizás incluso más peligroso. El ritmo de trabajo que los robots pueden imponer a las personas, en por ejemplo, centros logísticos donde comparten labores puede ser agobiante, eliminando además las ocasiones de hablar entre ellos. De hecho varios Institutos Nacionales de Salud, Prevención y Seguridad en el trabajo, han pronosticado un aumento en los fallecimientos asociados a robots.
Los robots ya pueden hacer tareas bien definidas
Ya nos estamos encariñando con los que ni siquiera se parecen remotamente a nosotros. Los militares celebran funerales por los robots «caídos» en acto de servicio. Los enfermeros de hospitales bromean con sus colegas robóticos. A medida que los modelos vayan siendo más realistas, la gente probablemente pondrá en ellos más todavía más afecto y confianza.
Los robots pueden programarse o adiestrarse para que lleven a cabo tareas bien definidas, como cavar el hoyo de una cimentación, cosechar una lechuga con más pericia que los humanos. Pero ninguno alcanza a reproducir la capacidad de la mente humana para completar una enorme variedad de tareas, máxime si son inesperadas. Y por supuesto, no hay robot, aún, en el mundo que domine el sentido común.
Tampoco actualmente los robots igualan la mano del hombre. No hay desarrollo tecnológico que iguale la información táctil de una mano humana.
Los robots no van a ser personas artificiales. Tenemos que adaptarnos a ellos, dicen los expertos, como si de una especie distinta se tratase. La mayoría de fabricantes de robots están trabajando en diseñar modelos que tengan en cuenta los sentimientos humanos.
Un siglo después de ser ideados, los robots que ya existen ya están haciendo la vida más fácil y más segura algunas personas. Y quizás también un poco más robótica. Para muchas empresas, esto aporta un plus de atractivo. Pero tengamos en cuenta que todavía en el instante en que alguien tiene que decidir si prevalecen unas u otras preferencias, la tecnología en sí misma no tiene respuesta. Por mucho que avancen, hay una tarea que los robots nunca podrán ayudarnos a resolver: decidir cómo, cuando y donde utilizarlos. O a lo mejor, si.