Un estudio internacional en el que participaron investigadores de la Universidad de Granada (UGR) y la Universidad de Cracovia ha llegado a la conclusión de cómo las actuales regulaciones relativas a la contaminación lumínica en España no son adecuadas. Entienden que no tienen en en cuenta factores fundamentales como, por ejemplo, la propia visión humana, y recomiendan el uso una luz blanca en vez de amarilla (vapor de sodio y led ámbar) en zonas protegidas.
En un artículo publicado en LEUKOS, la prestigiosa revista de la Illuminating Engineering Society de Estados Unidos, los investigadores piden al gobierno y organismos reguladores que utilicen la luz blanca en vez de luz amarilla para iluminar áreas que requieran de una especial protección con respecto a la contaminación lumínica (por ejemplo, aquellas zonas cercana a observatorios científicos o parques naturales). Afirman que la luz blanca es mucho más beneficiosa, tanto desde el punto de vista económico como medioambiental.
De forma simplificada, la contaminación lumínica es causada por la iluminación artificial nocturna que proporciona más luz de la estrictamente necesaria o que está mal dirigida a un lugar donde no se necesita. Ejemplos de esto último es aquel alumbrado urbano que puede incidir sobre los hogares, alterar potencialmente los ritmos circadianos de las personas o las típicas farolas esféricas que arrojan luz hacia el cielo, y que puede afectar de forma significativa a ciertos ecosistemas y actividades como la observación astronómica.
Estas dos causas de contaminación lumínica no son difíciles de controlar, a pesar de su proliferación en muchos municipios. Sin embargo, hay una tercera causa que ha causado la atención de los investigadores y que su erradicación puede ser una fuente de controversia: la luz blanca utilizada en la mayoría de la iluminación LED exterior, la cual se dispersa a través de la atmósfera. Es el fenómeno conocido como dispersión.
Para evitar la dispersión en el cielo nocturno, muchos países prohíben el uso de luz blanca en áreas protegidas como observatorios y parques naturales. Sin embargo, “este enfoque con respecto a la contaminación lumínica, que se centra exclusivamente en la dispersión, pasa por alto aspectos fundamentales de la percepción visual de los usuarios y, por tanto, su seguridad”, explica Antonio Peña García, investigador del Departamento de Ingeniería Civil de la UGR y autor principal del estudio.
En el estudio se señala:»cuando realizamos actividades en condiciones de oscuridad y poca luz, el ojo humano no funciona de la misma manera que lo hace en entornos con mucha luz, sino con lo que se conoce como visión mesópica. Las características de la visión mesópica son particularmente pronunciadas en entornos tales como caminos rurales poco iluminados, parques naturales, áreas cercanas a observatorios, etc. En este sentido, la principal características de la visión humana en condiciones de poca luz es que la luz blanca es más efectiva.»
“Aunque es un hecho conocido, las regulaciones que regulan la contaminación lumínica se basan en condiciones de alta luminosidad (Visión fotópica). Esto significa que la cantidad de luz blanca en áreas protegidas se ha sobreestimado”, dice el Dr Peña.
Es decir, la aplicación de medidas de iluminación pública en condiciones fotópicas subestima el rendimiento de las instalaciones que emiten luz rica en azul (blanca para los productos comerciales). Por lo tanto, un nivel más bajo de luz blanca produce un rendimiento visual similar a niveles más altos de fuentes de socio amarillo. En resumen, lo que el estudio señala es que “en áreas de poca iluminación, se puede lograr el mismo efecto en términos de percepción visual y seguridad utilizando un nivel más bajo de luz blanca en comparación con la iluminación amarilla que dicta la ley para esas áreas”.
El estudio, realizado por el Dr. Peña en colaboración con Adam Sedziwy de la Universidad de Ciencia y Tecnología AGH en Cracovia, comparó el flujo radiante disperso, dirigido hacia el cielo, junto con la energía eléctrica consumida en una carretera en un área protegida, bajo condiciones de luz blanca (prohibida en este tipo de área) frente a una luz amarillenta de uso común (led ámbar).
“Aunque hay mayor dispersión cuando se usa la luz blanca, el nivel de potencia necesario es mucho más bajo para lograr el mismo grado de eficiencia visual que la luz con un tono amarillo, haciendo que se compense el efecto y se produzca, adicionalmente, un importante ahorro de energía. Específicamente, los resultados obtenidos muestran que la luz blanca proporciona un ahorro de energía de 18 MWh por cado, por cada 5 km de carretera. Y en ambos casos, el efecto de los dos tipos de iluminación en los ritmos circadianos de conductores es insignificante debido a los bajos niveles de luminancia en estos escenarios de caminos poco iluminados”, enfatiza el investigador.
El Dr Peña advierte que, “aunque la energía radiante dispersa dirigida hacia arriba no es directamente comparable con la energía eléctrica consumida, lo ahorros logrados mediante el uso de luz blanca (en términos energéticos, ambientales y económicos) junto con el nivel idéntico de seguridad del usuario proporciona, debería llevar al gobierno y a los organismos reguladores a abordar la lucha contra la contaminación lumínica desde esta perspectiva mucho más amplia y más holística”.