Un estudio a gran escala realizado en EE.UU por el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) demuestra que los adolescentes que viven en zonas con altos niveles de luz artificial por la noche tienden a dormir menos y tienen más probabilidades de sufrir un trastorno del estado de ánimo en comparación con los adolescentes que viven en zonas de bajos niveles de luz nocturna.
Se cree que los ritmos diarios, incluidos los ritmos circadianos que impulsan nuestros ciclos de sueño-vigilia, son factores importantes que contribuyen a la salud física y mental. La presencia de luz artificial en la noche puede perturbar estos ritmos, alterando el ciclo luz-oscuridad que influyen en los procesos hormonales, celulares y otros procesos biológicos. Mientras que se han realizado múltiples investigaciones evaluando las asociaciones entre la luz artificial en interiores, los ritmos diarios, y la salud mental, el impacto de luz artificial en exteriores ha recibido relativamente menos atención, especialmente con estudios centrados en adolescentes.
En este estudio, publicado recientemente en la revista científica JAMA Psychiatry, se examinaron los datos de una muestra representativa a nivel nacional de los adolescentes de los Estados Unidos, que se recogieron entre 2001 y 2004 como parte de la encuesta “National Comorbidity Survey Adolescent Supplement (NCS-A)”. El conjunto de datos incluía información sobre las características a nivel individual y a nivel de vecindario, resultados de salud mental y patrones de sueño de un total de 10.123 adolescentes de 13 a 18 años.
Como parte de las entrevistas en persona para la NCS-A, los adolescentes completaron una evaluación validada para determinar si cumplían los criterios de diagnóstico de diversos trastornos mentales. Los adolescentes también respondieron a preguntas sobre sus hábitos de sueño, informando a qué hora solían acostarse y cuántas horas de sueño solían tener durante la semana y los fines de semana.
Para medir la exposición de los adolescentes a la luz artificial exterior durante la noche, los investigadores usaron datos de imágenes satelitales para calcular los niveles promedio de luz artificial para cada grupo de cuadrículas censales de los EE.UU. Como se esperaba, los niveles de luz artificial durante la noche variaban de acuerdo con ciertos factores a nivel de vecindario, como la urbanidad, los niveles socioeconómicos y la densidad de población.
Es importante señalar que los adolescentes que vivían en zonas con altos niveles de luz artificial por la noche tendían a informar de que se acostaban más tarde en la semana y de que dormían menos durante la semana. Esta asociación se mantuvo incluso después de que los investigadores tomaran en cuanta varios factores a nivel individual (como la edad, el o, razo/etnia, el número de hermanso, el nivel de educación de las padres) y factores a nivel de vecindario (como la urbanidad y la densidad de población). Los análisis mostraron que, en promedio, los adolescentes de las zonas con los niveles más altos de luz exterior se acostaban 29 minutos más tarde y dormían 11 minutos menos que los adolescentes de las zonas con los niveles más bajos.
A su vez, los datos mostraron que los mayores niveles de luz artificial durante la noche también se asociaban con una mayor probabilidad de padecer un trastorno del estado de ánimo o un trastorno de ansiedad. Específicamente, los adolescentes que vivían en áreas con mayores niveles de luz artificial tenían más probabilidades de cumplir con los criterios de diagnóstico del trastorno bipolar o una fobia específica.
Según los autores esta asociación es digna de mención porque las alteraciones del sueño y los ritmos circadianos son una característica bien documentada de ciertos trastornos mentales, incluido el trastorno bipolar. Los resultados del estudio apuntan a la alteración del sueño como un posible vínculo entre la exposición a la luz artificial nocturna y los resultados de salud mental, un vínculo que debería probarse en futuras investigaciones prospectivas.
Los resultados del estudio también ponen de relieve las disparidades sociales en la exposición a la luz artificial, indicando que los adolescentes que pertenecen a grupos minoritarios raciales/étnicos, que proceden de familias inmigrantes o que provienen de familias de menores ingresos tienen más probabilidades de vivir en zonas con altos niveles de luz exterior durante la noche. En la medida en que la exposición a la luz artificial perturba los ritmos diarios, como los patrones de sueño, podría servir de factor estresante adicional para los adolescentes que ya corren un mayor riesgo de sufrir problemas de salud debido a la desventaja social.
Futuros estudios experimentales que examinen los efectos de las diferentes propiedades de la luz artificial -como el brillo y la composición espectral- podrían ayudar a los investigadores a determinar si es probable que las intervenciones centradas en la iluminación beneficien el sueño y la salud mental de los adolescentes.
«Aunque la exposición a la luz ambiental es sólo un factor en una red más compleja de influencias sobre el sueño y el comportamiento, es probable que sea un objetivo importante para la prevención y las intervenciones en la salud de los adolescentes», explica Dra. Kathleen Merikangas, investigadora principal y jefa de la Subdivisión de Investigación de Epidemiología Genética del NIMH.