Estamos en un momento tecnológico fascinante. Hoy comenzamos a ver los primeros robots que ofrecen servicios, se expande la inteligencia artificial, los drones empiezan a surcar los cielos y las discapacidades o graves lesiones de algunas personas ya no suponen prácticamente barreras a lo “imposible”. Otra revolución que progresa “adecuadamente” es el “internet de las cosas” (IoT) o la comunicación entre máquinas y dispositivos.
También comenzamos a vivir un momento de mercado muy potente con unas previsiones para el 2020 de 8,89 billones de $ para este sector.
Hoy ya empezamos a familiarizarnos con que el frigorífico avise al supermercado cuando se nos acaben los yogures o la mantequilla, con sensores que regulen la temperatura y por supuesto la iluminación de nuestro hogar. ¿Qué les parece controlar es estado del gas, a través de sensores que nos avisen a nuestro móvil de escapes o averías? Pues ya es posible. ¿Y si el horno se rompiera y nos diésemos cuenta en el momento que vamos a meter el pavo? Esto ya no nos va a volver a ocurrir, con el IoT.
Quien no ha soñado alguna vez en alguna gran ciudad con tener la “supervisión” para saber dónde había una “puñetera” plaza de aparcamiento. Hemos llegado incluso a hacer distinción entre “clases de personas”: las que encuentran aparcamiento y las que no. Esto se ha acabado. El coche “nos va a soplar” en tiempo real los huecos disponibles para aparcar y no subirnos a casa desesperados, con el coche en doble fila.
Se trata en definitiva de que los ordenadores sepan todo lo que tienen que saber sobre las “cosas” mediante el uso de datos que recojan, monitoricen, cuenten y geolocalicen lo que necesitemos a nuestro alrededor. ¿Pueden hacer el ejercicio de pensar lo que ahorraríamos en costes, y sobre todo en pérdidas?
Los expertos auguran que en el 2020 habrá más de 26.000 millones de dispositivos adaptados el IoT y otros 30.000 millones de aparatos inalámbricos conectados a la web. Dicen que una persona se rodea de entre 1.000 y 4.000 objetos a lo largo de su vida, así que imagínense la telaraña de interactuación. Nuestra multinacional, Telefónica no pierde el tiempo y propone los “botones inteligentes” e independientes (Thinking Things Open), que funcionan con una tarjeta SIM integrada y en cualquier parte del mundo por utilizar una SIM Global, para que de manera sencilla el usuario pulse y obtenga el servicio. Así la compañía telefónica ha lanzado junto con Telepizza , Click&Pizza, un nuevo concepto de servicio de pedidos de reparto a domicilio de pizza, ejecutado a través un solo clic. De este modo, han sumado capacidades en su apuesta por la innovación tecnológica adaptada al Internet de las cosas.
Click&Pizza consiste en un botón autónomo con batería que se podrá adherir a la nevera de los clientes y, con solo pulsarlo, podrán realizar su pedido favorito de pizza desde cualquier ubicación. De este modo, el cliente recibirá su pizza sin necesidad de hacer nada más ni realizar ninguna llamada o trámite adicional vía móvil o PC. ¡Quién no ha soñado con esto! ¡Digo lo de pulsar un botón y obtener un servicio!
Todo esto se traduce en eficiencia, de la energética, de la empresarial, de tiempo, de recursos, se traduce en aprovechar la inteligencia de muchos equipos, mejorando las operaciones y lo que es más importante la satisfacción del cliente, de las personas, que es para lo que tiene que servir todo esto. Pensemos por un momento como puede mejorar todo esto nuestro ya excelente servicio sanitario o los transportes del país.
Vamos a ir recogiendo beneficios en tres líneas, principalmente, que son: la mejora sustancial de las comunicaciones, el control y por supuesto, una tercera en la que confluyen todas, que es un importante ahorro de costes.
Pero no todo está hecho, por supuesto. No olvidemos las barreras o desafíos de esta transición: un ecosistema compartido para todos los dispositivos, un protocolo estándar para hardware y software, el problema de las baterías que se agotan, y por supuesto, el control de los datos (privacidad y comercialización).
En todo caso, ya queda menos. No se trata tanto de imaginación, sino del poder de la ciencia (y de su financiación)
¡Feliz verano!