Una nueva investigación publicada en Nature Climate Change ha revelado que la luz artificial nocturna está alterando el ciclo del carbono a escala continental, aumentando la cantidad de CO₂ que liberan plantas, animales y microorganismos sin incrementar la capacidad de los ecosistemas para absorberlo.
El resultado es un desplazamiento del balance hacia un mayor volumen de CO₂ emitido por los ecosistemas, un efecto silencioso de la contaminación lumínica que hasta ahora pasaba inadvertido para los modelos climáticos.

Para llegar a esta conclusión, los investigadores combinaron datos de 86 torres de la red FLUXNET2015 —capaces de medir de forma continua los flujos de carbono entre la biosfera y la atmósfera— con mapas satelitales de brillo nocturno. Esta integración permitió observar patrones hasta ahora invisibles: allí donde la luminosidad artificial es más intensa por la noche, los ecosistemas muestran una ‘respiración’ más elevada, es decir, una liberación adicional de CO₂ fruto de la actividad metabólica de plantas, animales y microorganismos del suelo. Lo llamativo es que este incremento en la respiración no se compensa con un aumento de la fotosíntesis durante el día, de modo que la capacidad de los ecosistemas para actuar como sumideros de carbono se reduce de forma neta.
El fenómeno no se limita a zonas urbanas, sino que se extiende a paisajes agrícolas, forestales y periurbanos. Según explica la investigadora principal, la Dra. Alice Johnston, “las noches más brillantes conducen a una mayor liberación de carbono, algo que no se estaba incorporando en las evaluaciones globales del cambio climático”. Su afirmación pone sobre la mesa una nueva dimensión de la problemática: la contaminación lumínica como un factor climático emergente.

Contaminación lumínica y dinámica del carbono
El estudio parte de una premisa conocida para los científicos de ecosistemas: la fotosíntesis, o producción primaria bruta (GPP, por sus siglas en inglés), depende de la radiación solar de onda corta, mientras que la respiración del ecosistema (Rₑ) está determinada fundamentalmente por la temperatura y por los procesos biológicos internos que regulan la liberación de CO₂. Hasta ahora se asumía que, una vez cae la noche, la reducción de la luz y la caída de la temperatura marcaban un freno natural a la respiración. Sin embargo, los datos muestran que allí donde la noche deja de ser realmente oscura, los ciclos metabólicos cambian.
Para distinguir el grado de exposición lumínica, los autores clasificaron los datos satelitales en tres niveles de intensidad: baja, media y alta, esta última correspondiente a zonas limítrofes con áreas urbanizadas. Después cruzaron estos valores con los flujos de carbono medidos de manera continua en los distintos ecosistemas. La conclusión parece ser clara: la respiración del ecosistema se incrementa de forma significativa cuando la iluminación nocturna es más intensa. Ese aumento no se ve compensado por una mayor fotosíntesis, lo que implica un desequilibrio metabólico que reduce la capacidad de los ecosistemas para actuar como sumideros de carbono.
Lo más llamativo es que este patrón aparece tanto en análisis horarios como diarios y anuales. A escalas cortas, el estudio mostró que la respiración nocturna aumenta especialmente en noches largas y en lugares donde la luminancia artificial es sostenida. A escalas anuales, la producción primaria bruta no mostró una relación directa con la iluminación nocturna, mientras que la respiración sí lo hizo, confirmando que el efecto es estructural y no un fenómeno puntual. Según los autores, esto sugiere que la iluminación altera procesos fisiológicos, interacciones microbianas en el suelo o ritmos biológicos de plantas y fauna que, en conjunto, desencadenan una mayor liberación de CO₂.

Dimensión climática de la contaminación lumínica
Estos hallazgos pueden tener importantes implicaciones para la investigación relacionada con la contaminación lumínica. Hasta ahora, las consideraciones ambientales se habían centrado en el consumo energético, la reducción del skyglow, la protección de la fauna nocturna o el cumplimiento de normativas específicas. Sin embargo, esta investigación introduce un elemento nuevo en la ecuación: la iluminación nocturna puede modificar el balance natural de carbono de un ecosistema, añadiendo una dimensión climática a la problemática.
Si la luz aumenta la respiración, los ecosistemas que dependen de la oscuridad para frenar la actividad metabólica nocturna podrían estar perdiendo eficiencia como sumideros de carbono, justo en un momento en el que su papel es crucial para los objetivos de neutralidad climática.
“Nuestro estudio demuestra la influencia generalizada de la contaminación lumínica en el metabolismo de los ecosistemas a diferentes escalas y pone de relieve la necesidad urgente de integrar la Luz Artificial en la Noche en la investigación sobre el cambio global, en las evaluaciones de las retroalimentaciones carbono–clima y en las estrategias de mitigación. Desarrollar una comprensión de mayor resolución sobre la sensibilidad de las especies, las comunidades y los ecosistemas a la contaminación lumínica será fundamental para diseñar intervenciones que protejan la biodiversidad y preserven el sumidero de carbono terrestre”.

Puede acceder al paper completo de la investigación a través del siguiente enlace:
https://www.nature.com/articles/s41558-025-02481-0
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Fuente de imágenes: Freepik*. *Imágenes procedentes de bancos de recursos gráficos que no pertenecen a la investigación. |

