Una nueva investigación publicada en Science Advances por el investigador de la Universidad de Chicago Luis Bettencourt propone una nueva perspectiva para hacer frente a las paradojas que los actuales modelos de ciudad afrontan. La persistencia de la pobreza y la desigualdad cuando las ciudades son motores de crecimiento, la dificultad de cambiar las cosas a pesar de la actividad y diversidad de las mismas, o porque los planificadores urbanos y economistas dibujan modelos de equilibrio repetitivos, son algunas de las cuestiones que se analizan en la investigación.
“Para comprender cómo las ciudades pueden ser simultáneamente rápidas y lentas, ricas y pobres, innovadoras e inestables, es necesario reformular nuestra comprensión fundamental de lo que son las ciudades y cómo funcionan. Hay mucho espacio en las ciudades para encarnar esa complejidad, pero para aprovechar los procesos urbanos naturales de forma adecuada es necesario que modifiquemos las actuales formas de pensar y actuar incluyendo diferentes escalas y diversos tipos de personas en la interacción”, explica Bettencourt.
En el documento que lleva como título “Urban Growth and the Emergent Statistics of Cities», Bettencourt desarrolla un nuevo conjunto de modelos matemáticos para describir las ciudades a lo largo de una escala móvil de procesos de cambio, comenzando por los individuos y derivando las propiedades emergentes de las ciudades y las naciones como sistemas urbanos.
En el corazón de estos modelos reside un fundamental acto de equilibrio: los humanos deben luchar por equilibrar sus presupuestos a lo largo del tiempo, incluyendo los ingresos y los costes tanto en unidades de dinero como de energía. Para la mayoría de la gente, los ingresos y los costes varían con el tiempo en formas impredecibles que están fuera de su control total. En las ciudades, donde todos somos parte de complicadas redes de interdependencia para trabajos, servicios y muchas formas de acción colectiva, estos desafíos adquieren nuevas dimensiones que requieren tanto la acción individual como la colectiva. Tener en cuenta estas dinámicas nos permite ver cómo un cambio significativo a nivel de ciudades y naciones puede surgir del ajetreo diario de millones de personas, pero también cómo toda esta lucha puede dejar de sumar mucho.
El documento muestra cómo los cambios relativos en el estado de las ciudades son extremadamente lentos, vinculados a variaciones en sus tasas de crecimiento, que ahora son muy pequeñas en aquellos países con altos ingresos como pueden ser los EE.UU. Esto lleva al problema de que los efectos de la innovación a través de las ciudades son apenas observables, teniendo lugar en la escala de tiempo de varias décadas, mucho más lento que cualquier legislatura de un consistorio, lo que reduce la capacidad de juzgar las políticas positivas de las perjudiciales.
De especial importancia es el efecto negativo de la incertidumbre, que tiende a influir fuertemente a las personas en situación de pobreza pero también sobre todos durante la actual pandemia, sobre los procesos de innovación y crecimiento. Otro desafío son las políticas que optimizan el crecimiento agregado (como el PIB), que, según el documento, suele promover una creciente desigualdad e inestabilidad social. En el documento, estas ideas se ponen a prueba utilizando una larga serie de tiempo para 382 áreas metropolitanas de EE.UU. durante casi cinco décadas.
“El crecimiento y el cambio se acumulan a través de la combinación de muchos pequeños cambios en la forma en que llevamos nuestra vida diaria, la manera de asignar nuestros tiempo y esfuerzo, así como la interacción entre nosotros, especialmente en las ciudades. El ayudar a cada vez más personas a ser creativas y ganar protagonismo, en parte mediante la reducción de las incertidumbres, marcará la diferencia entre una sociedad que pueda enfrentarse a dificultades y prosperar o una que se ve atrapada en luchas interminables y finamente decadente”, concluye Bettencourt.