Mirar hacia “ahí arriba” durante la noche para ver el cielo es fácil, sólo hay que inclinar hacia atrás la cabeza, da igual donde estés, y observar alguno de los puntos que están “ahí arriba”. Pero contemplar un cielo nocturno estrellado, sentir el abrazo de la Vía Láctea y sobrecogerte con la inmensidad de objetos brillantes que habitan nuestra bóveda celeste, sintiéndote infinitamente pequeño, es más difícil. Tanto, que tenemos que alejarnos decenas de kilómetros de nuestros municipios hacia un oasis de oscuridad, donde la ausencia del resplandor de luz artificial nos permita sentirnos diminutos bajo el manto estrellado.
Es una experiencia sobrecogedora para todos los sentidos y os invito a practicar el Turismo Astronómico y que se está convirtiendo en los últimos años en una nueva forma de turismo emergente, sostenible e inteligente.
Desde la Fundación Starlight, creada en el Instituto de Astrofísica de Canarias y respaldada, entre otros, por la UNESCO, la Organización Mundial del Turismo y la Unión Astronómica Internacional, se está trabajando en la protección del cielo nocturno como patrimonio científico, cultural y medioambiental de la Humanidad y el derecho a la luz de las estrellas.
Dentro de todas sus actuaciones está la de certificar territorios con una calidad del cielo nocturno adecuada y que son un ejemplo de protección y conservación. En ellos, la observación de la bóveda celeste se añade a sus recursos naturales, paisajísticos, culturales, científicos y en los que se crea una nueva actividad económica: el turismo de estrellas.
Sin duda es una oportunidad para desarrollar una nueva actividad económica en entornos rurales donde la despoblación es una característica que puede pasar de ser un problema a una oportunidad si se desarrolla con criterios de calidad.
Del Turismo de las estrellas, hablaremos en otras entradas de este blog.
Sin duda, controlar y reducir la contaminación lumínica para proteger el cielo y el medio nocturno tiene muchas repercusiones positivas no sólo a nivel científico, sino también cultural, medioambiental y energético, que a lo largo de varias entradas describiremos en mayor profundidad, pero hay que hacerlo con conocimiento y sobretodo con sentido común (que para mí es el máximo principio de eficiencia energética).
Para conseguirlo, obviamente todo pasa por definir un PLAN DIRECTOR de alumbrado exterior, realizado por profesionales independientes y conscientes de que deben considerar en su diseño, no sólo los aspectos de calidad de la iluminación y eficiencia energética, sino las componentes medioambientales y sobretodo las variables físicas que gobiernan la propagación de la luz en la atmósfera. Por que no debemos olvidar que la contaminación lumínica no es un fenómeno local, sino global.
Los profesionales que damos vida y creamos experiencias nocturnas con la luz artificial debemos ser ejemplo de buenas prácticas en nuestros proyectos, más aún en este año 2015 que es el Año Internacional de la Luz, y tenemos de nuestro lado la tecnología que actualmente ya nos lo permite. Pero, entre otros aspectos, debemos iluminar y no sobreiluminar, dirigir la luz al suelo con puntos de luz con FHSinst < 1%, utilizar luz cálida por debajo de los 3000K, aumentar el factor de utilización, controlar el horario de funcionamiento y aplicar todas las opciones técnicas que nos permiten reducir y controlar el flujo luminoso en función de la actividad nocturna.
Y es que, si diseñamos una instalación de alumbrado exterior de forma adecuada y compatible con el medio nocturno, no sólo protegemos el cielo estrellado y todo su patrimonio tangible (ciencia, educación, paisaje) e intangible (cultura, historia, mitología), sino que también contribuimos a respectar a la biodiversidad nocturna (más del 60% de las especies tienen hábitos nocturnos), nuestra salud, a frenar el cambio climático con la reducción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero y por supuesto, incrementar la eficiencia energética y fomentar el ahorro energético.