Nuevas evidencias científicas en mamíferos diurnos apuntan a una relación directa entre la exposición a la luz artificial por la noche y la aparición de síntomas depresivos.
La iluminación artificial ha transformado radicalmente nuestra forma de vivir, permitiéndonos trabajar, estudiar y socializar más allá del ciclo natural del sol. Sin embargo, como ya hemos documentando en smartlighting, este avance tecnológico también puede tener un lado oscuro. Un estudio reciente publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) ha desvelado un mecanismo neurológico mediante el cual la exposición crónica a la luz artificial nocturna (LAN, por sus siglas en inglés) puede inducir comportamientos similares a la depresión.
El trabajo ha sido desarrollado por un consorcio de instituciones chinas liderado por el profesor Xue Tian (Universidad de Ciencia y Tecnología de China, USTC), el profesor Yonggang Yao (Instituto de Zoología de Kunming, Academia China de Ciencias, CAS) y el profesor Huan Zhao (Universidad de Hefei). El equipo utilizó una especie poco habitual en este tipo de investigaciones: la musaraña arbórea, un mamífero diurno cuya fisiología cerebral guarda una sorprendente similitud con la de los primates.
De la luz al estado de ánimo
Durante tres semanas consecutivas, los animales fueron expuestos a luz azul brillante (en torno a 1000 lux, una intensidad comparable a la de una oficina bien iluminada) durante dos horas cada noche. Este patrón imitaba una exposición prolongada a pantallas electrónicas, lámparas LED o luz ambiental urbana durante la noche.
Después de esta exposición, los animales mostraron síntomas claros similares a la depresión, incluida una reducción del 20% en la preferencia por la sacarosa (un marcador conductual clásico de anhedonia, es decir, la incapacidad para experimentar placer), disminución del comportamiento exploratorio y déficits en la memoria a largo plazo.
Estos efectos no solo son consistentes con los síntomas observables en modelos animales de depresión, sino que también son indicadores tempranos de disfunción emocional en humanos. La novedad de este estudio, sin embargo, no reside únicamente en la confirmación conductual de la alteración inducida por la luz, sino en el descubrimiento de una nueva vía neuronal responsable de mediar dicha alteración.
Una vía visual no registrada
Mediante técnicas avanzadas de trazado neuronal y manipulación optogenética, los investigadores cartografiaron una vía sensorial específica, hasta ahora desconocida, que conecta directamente la retina con regiones cerebrales asociadas al control emocional.
En concreto, identificaron un tipo especializado de células ganglionares de la retina —responsables de transmitir señales visuales al cerebro— que proyectan directamente hacia el núcleo perihabenular (pHb), una estructura del tálamo de funciones hasta ahora poco estudiadas. Desde allí, la señal viaja al núcleo accumbens (NAc), una región clave en la regulación del placer, la motivación y el estado de ánimo.
Este descubrimiento desafía la concepción clásica de que las rutas visuales no influyen directamente en la modulación emocional. Hasta ahora, se consideraba que las principales vías retinianas (como las que llegan al núcleo supraquiasmático para regular el ritmo circadiano) operaban indirectamente sobre el estado de ánimo, a través de ciclos hormonales y de sueño. Sin embargo, la existencia de una vía visual directa hacia un nodo emocional central puede cambiar el enfoque desde una visión sistémica hacia una interacción más específica y estructural.
Silenciar neuronas para evitar la depresión inducida por la luz
El equipo fue más allá y realizó una prueba funcional: inhibió químicamente la actividad de las neuronas del pHb, utilizando compuestos específicos para bloquear su transmisión sin afectar al resto del cerebro. El resultado fue contundente: los animales, a pesar de seguir expuestos al mismo nivel de luz azul nocturna, no desarrollaron síntomas depresivos.
Este experimento aporta una prueba causal directa: la activación de esa vía específica es necesaria para que se desencadenen los efectos emocionales negativos de luz artificial nocturna. Esta demostración es fundamental desde el punto de vista terapéutico, ya que permite señalar dianas moleculares y anatómicas muy precisas para futuras intervenciones.
Además, los investigadores realizaron análisis de expresión génica mediante secuenciación de ARN en las regiones implicadas, revelando que estos cambios correspondían a una actividad alterada en los genes relacionados con la depresión, lo que sugiere posibles efectos a largo plazo.
A medida que la contaminación lumínica y la exposición prolongada a pantallas se integran de forma cada vez más generalizada en los entornos urbanos y estilos de vida contemporáneos, este estudio plantea interrogantes clave sobre los posibles efectos de la iluminación artificial en la salud psicológica. El trabajo no solo advierte sobre los posibles riesgos asociados a esta exposición crónica, sino que también ofrece nuevas pistas para comprender sus mecanismos biológicos subyacentes.
“Estos hallazgos constituyen tanto una señal de alarma como una guía de actuación. La misma luz que facilita nuestra actividad durante la noche podría estar reconfigurando, de forma imperceptible, los circuitos cerebrales implicados en la regulación del estado de ánimo. Pero ahora sabemos en qué áreas del cerebro debemos centrar la atención para buscar soluciones”, concluye el profesor YAO Yonggang.
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